En el vórtice del Béisbol
Cubano (I)
La verdad no es verdad sin
demostrarse.
(Proverbio chino).
Por Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
La reciente actuación de Cuba en el IV
Clásico Mundial ha hecho reflexionar a todo el país. Algunos pedían más, otros
se conformaban con menos, ninguno deseaba perder, al menos quienes llevan la
sangre criolla en las venas. Y duele, duele mucho ver caer a nuestros muchachos
por marcadores abultados sin la sombra de lo que alguna vez fueron. Pero en
verdad, ¿lo fueron?, ¿cómo probarlo de manera objetiva?
No soy dado a meter la “cuchareta” donde
tantos expertos se hacen y deshacen tratando de profundizar en un fenómeno que,
al parecer, está a la luz, pero solo a una luz aparente, que no es lo mismo ni
se escribe igual. La vida es un torbellino y la pelota no le es ajena.
Mi generación creció en la admiración por la
pelota profesional. También estábamos al tanto de las promocionadas Grandes
Ligas. Se oían y veían las mismas discusiones. Ayer, que si Héctor Rodríguez
era el mejor antesalista o Willie Miranda el mejor torpedero. Hoy, que si
Casanova fue mejor que Víctor Mesa o el mismísimo Linares, o si Pedro Luis Lazo
tiraba más duro que Vinent. La gente cree saber tanto como los managers.
Asistí con mi familia y solo catorce años de
edad, al último juego de la Liga Profesional Cubana en el Gran Stadium de La
Habana, hoy Latinoamericano.
Simpatizábamos con los Leones del HABANA, pero
aquella noche le íbamos a los Elefantes del CIENFUEGOS, que discutían el
banderín contra los Alacranes del ALMENDARES. Ni por la mente nos pasaba que
Pedrito Ramos, quien lució inmenso aquella noche invernal, donde conectó hasta
un largo triple, no volvería a jugar en Cuba. Ni los demás.
La totalidad de los
nativos que pertenecían al Béisbol Organizado de los Estados Unidos desde 1947
mediante un polémico Pacto, tenían su fuente principal de ingresos allí. Desde
entonces la pelota profesional nuestra era una sucursal de aquella. Los
jugadores estaban atados de pies y manos a sus dueños. Ellos querían que los
torneos siguieran como siempre, pero no pudieron mantenerse por los
condicionamientos económicos y políticos entre los Estados Unidos y Cuba.
Cuando llegó el momento,
los nacidos en la Isla tuvieron que decidirse: seguían jugando por dinero fuera
de Cuba, o no competían ni dentro ni fuera, y sin tantos billetes. La mayoría,
sobre todo los que competían en Grandes Ligas, se decidieron por lo primero,
desdeñaron las nuevas alamedas de un país en revolución.
Nos quedamos sin aquellos
ídolos. La importancia del asunto amerita profundizar más, ya que en las
últimas seis décadas se han producido todo tipo de enfrentamientos. Se cuentan
por centenares las víctimas fatales del lado de acá. De tal suerte, el deporte
nacional de ambas naciones no pudo ser una excepción. Filosofías diametralmente
opuestas.
Los norteamericanos
inventaron el béisbol utilizando raíces que les fueron afines y nosotros las
tomamos de ellos, pero con el tiempo nos la apropiamos. Antes de 1959 existía
un maridaje perfecto entre ambas naciones, por todo el país se competía en
varias ligas amateurs, con la profesional en la cumbre.
En “Siempre hemos bateado
bolas pegadas” , Elio Menéndez expone cómo en el temprano julio de 1960, Frank
Shauganessy, presidente de la Liga Internacional, clasificación Triple A,
anunció el traslado de los CUBAN SUGAR KINGS, hacia la ciudad de New Jersey,
para convertirse en el NEW JERSEY JERSEYS; así despojó a Cuba de su sede
natural desde 1954. Los CUBANS allí nos representaban con el propósito expreso
de ser el primer equipo latino en Grandes Ligas, con el slogan “Un paso más y
llegamos”. El paso estaba dado.
En 1959, con la presencia
de las máximas autoridades de la Revolución, los CUBANS habían ganado la
Pequeña Serie Mundial en el Coloso del Cerro, como popularmente se conocía la
instalación, y se pusieron a la cabeza de las Ligas Menores. Para algunos fue
una coincidencia que se anunciara el traslado del equipo hacia New Jersey, solo
cuarenta y ocho horas después que el presidente Eisenhower decretara la
suspensión de la cuota azucarera cubana, que alcanzaba las 700 000 toneladas.
Varias medidas tomó la Revolución como respuesta. Era evidente que Shauganessy
firmó una orden tomada en otras esferas. Sanciones duras contra los cubanos,
que vivían del azúcar y para la pelota.
Según diversas fuentes,
días antes de la decisión, Ford Fricks, comisionado de las Grandes Ligas, fue
llamado a consulta por su gobierno, donde se le ordenó ejecutar la acción, con
el pueril pretexto de que los jugadores norteamericanos ponían en peligro sus
vidas, por la “inestabilidad política” de Cuba. En realidad, nunca hubieran
estado más seguros. Los CUBAN SUGAR KINGS también se vestían con el nombre de
CUBANOS.
La popularidad de la Liga
Profesional Cubana había decaído un tanto a partir del Pacto de 1947. Allí se
desempeñaban peloteros de otros países, esencialmente norteamericanos, quienes por
el mismo mandato se vieron imposibilitados de viajar a la Isla para el torneo
1960-1961, en violación de los acuerdos establecidos. Los aficionados tendrían
que abstenerse de ver a Rocky Nelson, inicialista zurdo del ALMENDARES, el
camarero Forrest Jacobs y a tantos otros. Nelson, el lanzador Tom Lasorda y
otros extranjeros, compartieron con las tropas rebeldes en los primeros días de
1959.
Por aquellos años Cuba
tenía veintisiete jugadores en las MLB (Major Leagues Baseball) y centenares en
las Menores, cantidad solo superada por los norteamericanos. Aquel engendro
pretendió ir más lejos al intentar prohibir a los cubanos que compitieran en su
patria, hasta fueron amenazados con ser suspendidos en aquel circuito mayor.
Como respuesta hubo una
actitud firme de todos los jugadores en activo, quienes sin excepción,
regresaron al país para desempeñarse en el Campeonato Profesional 1960-1961.
Fue así como, por la dialéctica de la vida, HABANA, ALMENDARES, CIENFUEGOS y
MARIANAO volvieron a vestir sus franelas con jugadores autóctonos, lo que no
sucedía desde 1907, pues a partir de allí siempre hubo, al menos, un extranjero
en cada equipo.
De esa forma, entre el 15 de noviembre de 1960 y el 15 de
febrero de 1961, se desarrolló el último campeonato profesional, ganado por los
Elefantes del CIENFUEGOS, en aquel choque final contra el ALMENDARES, donde
Pedrito Ramos se impuso a Orlando Peña, 8 por 2.
Quizás no se haya
valorado en su justa medida la actitud de quienes desafiaron al Béisbol
Organizado, para volar hacia su país de origen y jugar, a pesar de la
inconformidad de quienes los sostenían económicamente, hasta con amenazas de
despidos. Fue más fuerte la sangre del caimán que la furia del águila.
Otra cosa fue la Serie
del Caribe, suspendida por la ausencia de Cuba, a quien correspondía
organizarla, ya que Fricks decidió cambiar la sede hacia Venezuela, sin la
presencia de los cubanos. Al CIENFUEGOS campeón, que había ganado la Serie de
1960, se le prohibía representar a la Isla.
La solidaridad de los venezolanos,
al rechazar la sede ante un posible débil torneo sin la Mayor de las Antillas,
dio al traste con el evento y Cuba salió con la frente en alto de aquellas
competencias, hasta con el VILLA CLARA como invitado en el 2014.
Refresquemos la memoria.
El 29 de enero de 1959, cuando presidía la Dirección General de Deportes el
capitán del Ejército Rebelde, Felipe Guerra Matos, se desarrolló una entrevista
donde participaron los principales atletas profesionales, junto a
representantes de casi todos los organismos, el Comité Olímpico Cubano, la
Unión Atlética de Amateurs de Cuba, y otros.
Allí el Primer Ministro, Fidel
Castro Ruz, delineó algunos postulados del futuro deporte. Pero era muy
temprano para tomar una medida radical, primero había que quebrantar las
estructuras que sostenían el deporte rentado, esencialmente en el boxeo y el
béisbol.
Se aceleraba el camino
hacia el deporte amateur-olímpico, a la vez que se buscaba el concurso de los
atletas profesionales, quienes con sus experiencias podrían aportar un apoyo
esencial. Pero no todos estaban aptos para tomar tan difícil decisión.
Después, como colofón de
las contradicciones que se derivaron de las precarias relaciones entre Estados
Unidos y Cuba, más la posición de fuerza de las autoridades beisboleras de
aquel país, se convocó a una nueva y trascendental reunión en octubre de 1961,
ya creado el INDER, con todos los profesionales, donde se les anunció la
próxima puesta en práctica de una ley que eliminaría el deporte rentado. José
Llanusa Gobel, presidente del INDER, hizo un llamado a los profesionales para
que se incorporaran al deporte revolucionario.
El lanzador Lázaro Rivero
(Lacho), quien jugaba por ese entonces en México, ya fallecido, recordaba aquellos
momentos: Fidel planteó que se iba
a abolir el profesionalismo en Cuba, que todos los profesionales tendríamos
trabajo asegurado. Muchos dijimos que teníamos que salir a cumplir contratos en
el exterior, como yo que estaba jugando en México, pero regresaríamos para
ayudar al desarrollo del deporte.
Esa fue mi última
temporada como jugador. Otros estuvieron yendo y regresaban, hasta entrados los
años sesenta, recuerdo a Orlando Leroux, Amado Ibáñez, Andrés Ayón y a Juan
Delís. Yo tenía mi trabajo asegurado en el central ‘Mercedita’, de Cabañas, hoy
‘Sandino’, que ya no está activo. Comencé a trabajar ayudando a mi hermano, que
atendía los deportes en la zona.
Recuerdo bien que en
aquella reunión estaban Camilo Pascual, Pedrito Ramos, Miñoso, Miguel Fornieles,
Amorós, Tony Taylor, Borrego Álvarez y otros de Grandes Ligas, que después no
regresaron, porque tenían grandes contratos en los Estados Unidos”.
Ante algunas
imprecisiones, debido a la edad avanzada de los entrevistados, y después de
hurgar con profundidad, acepté también las referencias de Pedro Almenares (poco
después fallecido), ex jugador profesional del equipo HABANA, quien decidió
colgar los spikes en plena y ascendente carrera, para echar su suerte con la
nueva pelota amateur.
En enero de 1959
participamos en una reunión con Fidel en la Ciudad Deportiva, donde habló un
buen rato sobre el nuevo deporte que se llevaría a cabo.
Después, en octubre de
1961, se nos convocó a una reunión, por parte de José Llanusa, director del
INDER y otros dirigentes, a la que se incorporó el compañero Fidel. Nos
pidieron que nos quedáramos en Cuba para ayudar a desarrollar la pelota, en una
serie que se haría por provincias. Nos dieron tareas. A mí me correspondió
pertenecer al grupo donde estaban Edmundo Amorós y otros. Nos fuimos a Oriente
a captar talentos, por allá nos encontramos con Miguel Cuevas, Manuel Alarcón,
Ángel Galiano y una buena parte de los que después serían estelares en las
Series Nacionales...” .
Posteriormente, con la Resolución 83-A/62,
firmada por Llanusa el 19 de marzo de 1962, que proscribía el profesionalismo,
se abolió la pelota rentada, que sedujo a los cubanos desde el lejano 1878.
Vendrían melancolías, nostalgias y radicalizaciones, pero aquella realidad se
transformó en otra.
Era una situación compleja, atletas en
plenitud de forma dejarían de competir. De la noche a la mañana se convertirían
en entrenadores; tampoco obtendrían grandes sumas de dinero. La patria los
reclamaba, pero allá tenían una vida cómoda. También las falsas noticias daban
pocos meses de vida a la Revolución, algunos se dejaron envolver por la prensa.
Vieron con escepticismo un triunfo político ante la potencia más grande del
mundo, con mucha influencia en la cultura cubana, incluyendo el deporte de las
bolas y los strikes.
El béisbol profesional,
antes que eliminado, se había diluido al amparo del mismísimo Pacto de 1947,
que se extinguió sin firmar papel alguno, tal y como se fueron a bolina las
relaciones entre los dos países, que ahorita alcanzan las seis décadas. Así de
cruda ha sido la intransigente realidad.
Con los años he aprendido a ver la vida desde
sus diferentes aristas. El hombre piensa como vive, no puede vivir como piensa,
al decir de Carlos Marx. En su inmensa mayoría, aquellos jugadores eran de
extracción humilde, pero sentían y abrazaban concepciones burguesas derivadas
del dinero acumulado. La vida los puso en la encrucijada y optaron por
continuar jugando allá. Entonces llegaron los nuevos tiempos para quienes
quedaron en la patria.
(Continuará).
Juan A. Martínez de Osaba
y Goenaga.
Marzo de 2017.
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