Juan
A. Martínez de Osaba y Goenaga.
No quiero
abrumar a los lectores con estas disquisiciones, pero me parece importante
(antes del trabajo final) destacar algunos aspectos imprescindibles vinculados
a las mentes de jugadores, entrenadores, periodistas, funcionarios y todo el
que disfrute o sufra con la pelota cubana. Porque el mundo es una filosofía,
dice un proverbio del lejano Oriente y no le falta ni pizca de razón. Nuestro
béisbol no es una excepción.
Orestes Miñoso,
cuestionado sobre la pelota de su época y la actual, sentenció: “Se poncha uno
con tres strikes y se recibe la base
con cuatro bolas malas. El béisbol es el béisbol y el que era bueno antes lo
sería ahora y viceversa…” Simple y simpática respuesta, que encerraba una
filosofía imposible de desdeñar. Y de eso se trata, de la filosofía de la
pelota, un juego creado por gentes de pensamiento profundo. Y en ella, como en
los demás deportes, concurren dos formas de competencias entre adultos: amateurs y profesionales.
No todos los
deportes arrostran consigo una filosofía. Veamos la siguiente sentencia:
¿Cuál es la filosofía del béisbol? ¿Todos los deportes la
tienen? Pienso que es posible asegurar que otras prácticas físicas y
competitivas puedan ser capaces de generar un pensamiento organizado, pero no
un pensamiento filosófico que, en el más estricto y semántico sentido del
término (el fijado por la Real Academia de la Lengua) es, ni más ni menos, un
‘conjunto de saberes que busca establecer, de
manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como
el sentido del obrar humano’. Imposible sería, digamos, para el fútbol o el
baloncesto, los dos deportes colectivos más practicados en el mundo, pretender
la posesión de un pensamiento filosófico.[1]
El autor también
define a los demás juegos colectivos y las diferencias con la pelota:
Como deportes de campo en los que se pasa de manera
constante de la ofensiva a la defensiva, su estructura y su pensamiento táctico
y estratégico son de origen militar, por lo tanto, limitados filosóficamente a
las artes de ataque, contrataque y defensa (…) El béisbol, en cambio, tiene una
concepción totalmente diferente y novedosa, que responde de manera estricta y
vertical al pensamiento racionalista decimonónico y por ello está organizado en
una manera muy propia, donde se incluyen las numerosas reglamentaciones
rectoras de su práctica, todo un cuerpo de leyes que al ser recopiladas
requieren de un volumen impreso para acogerlas, algo impensable en cualquier
otro deporte.[2]
Si tomo
prestadas las palabras del destacado intelectual cubano, es para demostrar que
una filosofía encierra el sentido de pensar y obrar. Si un atleta compite con
el propósito de lucir bien, entrenar el cuerpo y la mente, descargar las
energías acumuladas y, en el mejor de los casos entretenerse defendiendo una
causa del barrio, la ciudad, o el país, y lo hace sin el requerimiento
monetario, estará definitivamente en el amateurismo, que implica libertad
social.
Por el
contrario, si el practicante es un trabajador que ganará más o menos dinero
derivado de sus facultades atléticas y, además, compite con fuerza por el
banderín que defiende, que bien puede ser en su patrio o el ajeno, podría
catalogarse de profesional, con un objetivo esencial: jugar en el
profesionalismo. De hecho, quedará a merced de quienes lo contratan.
Veamos un par de
ejemplos: Braudilio Vinent pudo dejar de jugar en su momento de más esplendor
(siempre lo tuvo) y nadie lo podía obligar, era un amateur. Nolan Ryan estuvo sujeto a un contrato legal, con las
implicaciones jurídicas de rigor. Vinent, con menos dinero, era un hombre
libre, el millonario Ryan ¡No!, pues corría el riesgo de ser penado por la ley
al romper unilateralmente el contrato. Mas el dinero mueve montañas.
No es secreto
que el béisbol surgió en los Estados Unidos, creado por sabios (me permito
llamarlos así). Claro, los que lo practicamos desde que venimos al mundo, traemos
ciertos genes beisboleros de la familia, la vecindad y la nacionalidad, como
sucede en nuestra región con los puertorriqueños, venezolanos, nicaragüenses,
panameños y dominicanos, así como en algunos lares asiáticos, bajo la
influencia directa del poderoso vecino del norte, y su cultura abrasadora.
Es interesante
observar el recorrido histórico del deporte nacional cubano con carácter
oficial. El primer juego del primer torneo, con el nombre de Liga Cubana de
Base-Ball, se efectuó el 29 de diciembre de 1878, concomitante con el Pacto del
Zanjón y tuvo un carácter amateur,
pues se competía entre aficionados cubanos y blancos. Nada que ver con el
dinero, ya que lo poseían quienes introdujeron la pelota en el país. Pocos años
después, aparecieron algunas fórmulas del capital que bien pudiéramos definir
como semiprofesionales, hasta que alrededor de 1892 se competía con un franco
corte profesional.
Cubanos llevaron
la pelota a las tierras vecinas de la América Latina. A inicios de 1890,
Fernando Urzaíz y familia se trasladaron a Yucatán, México, y ayudado por sus
hijos enseñó a jugar este deporte. Alrededor de la última década del siglo XIX
cubanos también llevaron el juego a Puerto Rico. Se asegura que en 1891 los
hermanos Ubaldo y Carlos Alomá lo introdujeron en la República Dominicana.
Sucedería en Venezuela y otros países.
Aquí
proliferaron ligas de béisbol en el siglo XX, entre amateurs, semiprofesionales y la profesional. Cuba siempre estuvo a
la cabeza del béisbol mundial, solo superada por sus fundadores. Veamos un
ejemplo: ya para 1952, un total de 55 nativos habían pasado por las Grandes
Ligas estadounidenses y el resto del mundo no llegaba a 15, una abrumadora
ventaja en el béisbol rentado que hacía las delicias de los fanáticos, desde
las épocas de José de la Caridad Méndez, Adolfo Luque, Martín Dihigo y
compañía, quienes tuvieron sus seguidores en Camilo Pascual, Pedro Ramos, Mike Fornieles, Conrado Marrero, Roberto
Ortiz, Miñoso, Pedro Formental, Fermín Guerra y tantos otros.
Y así, en etapas
de mayor o menor realce, fue conformándose una liga que atrajo a varios de los
mejores jugadores foráneos, blancos y negros, desde 1907, verdaderas leyendas
como Sam Lloyd, Satchel Paige, Rube
Foster, Joshua Gibson, Monte Irvin,
Roy Campanella, Talúa Dandridge, Rocky Nelson, Forrest Jacobs, Brooks
Robinson y tantos otros, muchos hoy en el Salón de la Fama de Cooperstown.
Asimismo, se competía
en ligas amateurs y
semiprofesionales, pudiéramos decir autóctonas, que nutrían las filas de los
rentados bajo las pupilas avizoras de los scouts.
Por entonces jugaron su papel los clubes sociales y deportivos, cuyas
organizaciones se vincularían al béisbol, destacándose desde 1914 el Vedado Tennis Club. Si la pelota oficial
cubana surgió con la no admisión de negros y extranjeros, ya en 1900 serían
admitidos los primeros y en 1907 los vecinos del norte. O sea, la Liga
Profesional Cubana se democratizó primero que el Béisbol Organizado de los
Estados Unidos, donde los negros fueron excluidos hasta 1947 con Jackie Robinson, y los latinos de ese
color en 1949 con Minnie Miñoso.
La tarea de la
pelota de los cubanos no ha sido fácil, llena de obstáculos, momentos de
esplendor, desasosiegos, angustias, honor y felicidad. En la patria aprendimos
a respirar puros aires beisboleros, donde fuimos potencia profesional y amateur. Debemos sentirnos orgullosos de
la historia escrita, pero la vida ha revertido lo que parecía un mundo olímpico
y sano, ajeno al mercantilismo.
Ahora las
competiciones entre los cinco aros son profesionales, el dinero pulula cual
mangos en las campiñas y nos vemos en la necesidad de reajustarnos o abrazar el
desdén. Cuando en la arena internacional se menciona la palabra Cuba, quienes
sienten por el deporte nos aplauden, pero poco a poco hemos perdido el rumbo,
ese rumbo del Dios dinero que parece vencer. Más bien la filosofía del
profesionalismo olvidada hace decenios.
Si las
competencias del amateurismo han dejado de existir, o lo hacen quienes no desean vivir de los recursos que
ofrecen en plazas más o menos vacías, pues tendremos que ajustarnos el
cinturón. Nadie podrá quitarnos la gloria que se ha vivido en las Series Nacionales,
con figuras de relieve universal y nadie tendrá el derecho a echarnos a un
lado.
Si fuimos fuente
y consecuencia en un mundo a veces hostil, ahora tendremos que alzarnos con la
misma dignidad. Para ello, al parecer, se toman medidas necesarias, que no
dejan de levantar ciertos resquemores en los aficionados.
He ahí el nuevo
reto:
¿Domeñar al profesionalismo?
¿Podremos hacerlo en las actuales
circunstancias?
La vida es cíclica y progresiva, con pasos adelante y hacia
atrás. De ahí la necesidad de un cambio filosófico que marque el nuevo camino.
¿Estaremos en
condiciones de dar el salto? Volveremos a la carga.
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