miércoles, 24 de noviembre de 2021

 



Carlos Castillo Barrio:

 

Me inicié en el beisbol al cursar el quinto año de primaria y mi profesor fue uno de los grandes inmortales pero absoluta y totalmente desconocidos en la actualidad.

 

Fue tanta mi devoción que comencé a tomarle conocimientos en la anotación.

 

Allá por los años 40 se jugaba beisbol y se denominaba Beisbol de Primera Fuerza del Estado no se conocía la palabra "profesional".  Se jugaba en el desaparecido parque "de Itzimná" en la colonia del mismo nombre.

 

Al terminar el juego, los jugadores se arremolinaban en una caseta en la que el que vendía los boletos liquidaba y entonces se iba llamando a cada pelotero por su nombre y le entregaban a cada uno de diez a veinte pesos y adiós, hasta el próximo juego y claro, una práctica semanal.

 

Luego se llamó Liga Estatal allá por 1946 y ya había necesidad de tener números. Para el caso, le dieron el encargo a un cubano que hacía las crónicas en uno de los dos diarios locales.

 

También le pidieron hacerse cargo de hacer las compilaciones y aceptó.

 

Por motivos comprensibles no menciono su nombre y además en el gobierno le dieron el encargo de dar clases de educación física; yo las tomé porque las proporcionaba en la escuela donde estudié del primero al cuarto año de primaria.

 

Pues la cruda realidad se dio a conocer cuando termina el rol de juegos y le piden el nombre del campeón bateador, de pitcheo, de bases robadas, y viene la sorpresa, al responder que no había hecho el encargo.

 

Se tronaron las manos y algo más. Pasadas un par de semanas, el que fuera mi gran amigo y no familiar, de nombre Venacio Castillo Silva, se acercó a los integrantes de la directiva y se ofreció a hacer el trabajo sin cobrar ningún centavo. "Aceptado" fue la respuesta, solicitan la presencia del incumplido y otra sorpresa a la petición "al no cumplir. destruí las libretas". Tengo la plena seguridad de que los actuales historiadores desconocen este episodio.


Saludos Alberto.

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