jueves, 21 de octubre de 2021

 




Aquella historia...


Por Enrique García Villarreal.


Al mismo tiempo que Hermosillo perdía por limpia ante los Tacuarineros de Culiacán en la onceava serie del debut de la Liga de la Costa del Pacífico (1945-46), los Ostioneros de Guaymas – quienes desde fines de 1945 comenzaban a salir de una mala racha que incluso llegó a empujarlos hasta el sótano en el ranking –, libraban una fuerte batalla en el puerto sonorense contra la ofensiva de Mazatlán – el equipo a vencer en el torneo –. 


A pesar de contar con grandes estrellas del pitcheo – como Julio Alfonso, Aurelio Espiricueta, Juan Conde y Ramón Correa –, el presidente del club, Don Florencio Zaragoza, decidió reforzar al equipo en preparación a las 7 series restantes del torneo invernal. Fue así como las grandes leyendas de Ligas Negras, Theolic Smith (19/May/1913 – 03/Nov/1981) y Bill Wright (06/Jun/1914 – 03/Ago/1996) se integraron a las filas del equipo sonorense.

 

Nacido en Wabbaseca, Arkansas, Theolic “Fireball” Smith fue uno de los lanzadores más reconocidos en Ligas Negras de los Estados Unidos. Hizo su debut ein 1936 con los Pittsburgh Crawfords, convirtiéndose en pitcher abridor para el primer Juego de Estrellas East-West de 1939. Jugó para Pasquel con los Rojos del México durante 8 años (1940-1948) con record de 121-90, efectividad de 4.08 y bateando un impresionante .300/.386/.387 – quedando en su primer año a sólo a unos pasos de Cool Papa Bell en bateo y empatando con Martín Dihigo –, mientras que en la Liga de la Costa hizo su debut con Culiacán, cambiándose posteriormente a Guaymas. Gracias a la integración racial en el béisbol de los Estados Unidos, Smith pasó el otoño de su ilustre carrera con los Padres de San Diego (1952-1955) con efectividad de 4.13 y con récord de 27-29, retirándose a los 42 años.

 

Tal vez Bill Wright no se distinguió en el pitcheo – se le conocía como “Wild Bill” debido a su falta de control –, pero las habilidades del jardinero central oriundo de Milan, Tennessee, lo hicieron merecedor del mote: “El DiMaggio Negro”. Comenzó su carrera con los Nashville Elite Giants, pasando 10 años en las Ligas Negras para convertirse en líder de triples en 1936 (5) y 1937 (11) y con porcentaje de .300 en 8 de esos años. También jugó en la Liga Mexicana de Béisbol (1940-41; 1943-44; 1946-56), alcanzando .335 de por vida y conquistando en 1943 la Triple Corona de Bateo (.366 con 13 homeruns y 70 RBIs). Viviendo en una sociedad con menos prejuicios raciales, Wright decidió no regresar a su país, residiendo en Aguascalientes hasta su muerte en 1996. 


A pesar de no haber sido seleccionado al Salón de la Fama en Cooperstown, tanto México (1982) como su natal Tennessee (2017) decidieron otorgarle un justo lugar entre los inmortales de este deporte.

 

El primer juego de la serie – llevado a cabo el sábado 05 de enero de 1945 en el puerto guaymense – había ofrecido un destello de esperanza para los sonorenses ante Mazatlán, con una victoria para los Ostioneros al son de 7 carreras por 3. Sin embargo, ni siquera las dos grandes figuras de Ligas Negras pudieron detener a la aplanadora fuerza de los Venados de Mazatlán, quienes, comandados por Manolo Fortes, tenían en sus filas a Manuel Magallón – el campeón jonronero de la temporada –, Daniel Ríos – el Jugador Más Valioso ese año –, así como Vinicio García, Memo Garibay y Guadalupe Ríos, entre otras luminarias de la época. Recordando quizás el restruendo de los cañones de los cuales el cerro “El Vigía” fue testigo durante las múltiples agresiones de países imperialistas en el puerto – como la toma de la ciudad en 1848-49 durante la Guerra con los Estados Unidos o la fallida ofensiva francesa del conde Gaston de Raousset-Boulbon en 1854 –, los Venados se volaron la barda del jardín izquierdo del Abelardo L. Rodríguez nada menos que en 22 ocasiones durante los dos juegos celebrados aquel domingo 06 de enero.

 


Ya era bien sabido por la directiva de los Ostioneros que las medidas del estadio – originalmente llamado Miguel Hidalgo –, no correspondían al mínimo de las distancias del home plate a la barda del jardín izquierdo, por lo que era más fácil volarse la barda que sacar una rola al cuadro. Es por esta razón que la casa de los Ostioneros había establecido la peculiar regla de que todas las bolas que salieran del estadio por el jardín izquierdo serían marcadas como doble. Con el curioso desenlace de la serie – 22 “dobles” de los Venados para un aplastante 18-2 en el segundo juego y un 13-3 en el tercero –, Don Florencio Zaragoza se vio en la necesidad de ordenar modificaciones al estadio, recorriendo así la barda izquierda del recinto a la distancia reglamentaria. 


No sería la última vez que le dieran su “manita de gato” al estadio. Fue en 1965 cuando, a través de un patronato encabezado por el Sr. Martín Rodelo, el Abelardo L. Rodríguez recibió una merecida remodelación, llegando también en ese año el alumbrado al recinto beisbolero.

 

Muchos años llenos de grandes alegrías, emociones y recuerdos ofreció el histórico parque de los Ostioneros de Guaymas a los vecinos de la Colonia “La Cantera” en el puerto sonorense – el cual fue hogar de novenas triunfadoras, como las de 1948 (m: Juan Guerrero); 1951 (m: Luis Montes de Oca); 1958 y 1959 (m: Manuel Magallón); 1962 y 1965 (m: Guillermo Frayde); así como 1968 (m: Ronnie Camacho) –. Hay quienes aún recuerdan haberse subido al “Fortín” – aquel viejo cerro desde el cual la Heroica Guaymas de Zaragoza defendió su puerto ante la ofensiva francesa que pretendía separar a Sonora de la República Mexicana – para ver desde las alturas aquellas grandes jugadas del Rey de los Deportes mientras que niños descalzos recogían desde la calle las pelotas que salían del parque.

 


Sin embargo, 1970 fue el año que marcó el fin de una era. Con el motivo de construir la escuela secundaria Abelardo L. Rodríguez – aún en pie en nuestros días –, el gobierno local de la época – presidido por el alcalde Óscar Ruiz Almeida y quien fuera casualmente el dueño de la constructora encargada de las obras – decidió derrumbar el legado histórico de todos los guaymenses – con alumbrado nuevo y todo –. Otro estadio con el mismo nombre – por muchos años en el abandono pero hoy, según hemos leído, en rehabilitación – sería erigido en la Unidad Deportiva Profr. Julio Alfonso en ese mismo año. 


Sin embargo, aquella joya histórica y escenario de grandes momentos que pusieron el nombre de Guaymas en la cúspide del béisbol invernal fue borrada para siempre de la faz de la tierra, existiendo sólo hoy en el distante recuerdo de aquellos que aún alcanzaron a verlo en todo su esplendor.

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